11.05.2013

9. Valor

… un buen amigo mío lo resume con una anécdota. Real como la vida misma: En una boda de conocidos. Presentaciones alrededor de una mesa. Preguntas típicas para romper el hielo… “y tú a qué te dedicas?” Uno en “restructuring” de KPMG, el otro en el Banco Santander, el de más allá en administración de Mercadona... “y tú?” “yo tengo una empresa de jardinería”. Desde ese momento, pasas a no existir. El resto de las conversaciones versan sobre gilipolleces de un Mundo irreal que se desconoce… A nadie le importa cuántas familias dependen de los jardines, ni cómo se te ocurrió meterte en esa aventura, ni cuánto factura, ni cómo te organizas para tener liquidez y pagar los salarios cada mes… Ni tan siquiera interesa saber que si pusieras ese negociete a la venta, te cascarían algún que otro millón de euros (que ni por el forro de las pelotas conseguirían ahorrar el resto de encorbatados en varias generaciones de rancios asalariados).

Ser emprendedor en este país… terreno reservado a valientes. Nada favorece su labor. Lo que menos… barreras sociológicas de la cultura del catenaccio. El camino ya es duro en sí mismo. Esfuerzo, tenacidad, trabajo, dedicación y noches en vela no son suficientes. Precisa de iniciativa, imaginación y el coraje de arriesgar los ahorros de una vida (o de generaciones anteriores). Si esto no fuera suficiente, la cuesta se empina con la crítica social. Al que le va mal, motivo de sátira y burla [a dónde iba el iluminado éste… siempre fue un vago que no quiso trabajar… cómo se le ocurrió poner en peligro el pan de sus hijos…]. Al que le va bien, objeto de la ira que genera la envidia [seguro que detrás hay algo ilegal… creo que explota a los que trabajan para él… con el patrimonio que tiene detrás, también me arriesgaba yo].

Mientras el modelo de éxito social a seguir sea el de los funcionarios (públicos o de multinacionales) y no el del que se la juega, cae y se levanta para volvérsela a jugar, seguiremos chupando rueda al Mundo.

La generación anterior se la jugó sin más opción. La postguerra no la daba. Sus actores, que sufrieron en sus carnes la crudeza de una aventura empresarial obligada por la necesidad, adoctrinaron a sus hijos para que vivieran al calor de la seguridad de un salario. Construyeron esclavos modernos.

Y ahora manifestaciones porque los que emprendieron son ricos y los asalariados cada vez tienen menor poder adquisitivo. Espero, y sólo espero, que sea el aliciente para que enseñemos a nuestros hijos que en ese riesgo que asumieron está la riqueza de uno mismo y de un país.

Todo esto dicho, desde el abrigo de un empresón.